La Buena Paciencia

La Paciencia

La palabra “paciencia” se deriva directamente de un término más universal: paz. De hecho, si se descompone, podríamos decir que se trata de la “ciencia de la paz”. Con el tiempo, se ha producido una cierta alteración del significado original de la palabra. Muchos piensan que la paciencia es esa cuestionable virtud que lleva a algunos a aguantar cualquier adversidad, sin apenas decir nada.
Esa interpretación es inexacta. Se trata de una perspectiva que asume la paciencia como una virtud pasiva, cuando en realidad constituye un atributo que exige poner en acción muchos de nuestros recursos emocionales. Si bien la paciencia implica mantener la serenidad durante los malos tiempos, o ante las ofensas, esto no significa que se trate de un “quedarse quieto” y “aguantar” hasta que se pueda.

Impulsividad y paciencia

Dentro de cada uno de nosotros sigue habitando un mamífero, más o menos depredador. Cuando no se cultiva el carácter, tendemos a ser impulsivos. Reaccionamos con rapidez para atacar o defendernos, sin que tengamos claro lo que pretendemos lograr, ni la estrategia que vamos a emplear para ello. A veces ni siquiera podemos definir con exactitud cuál es la amenaza que nos produce semejantes reacciones.
La paciencia es el extremo opuesto a la impulsividad. No se trata de un estado de pasividad, sino de una respuesta basada en la sabiduría y no en lo que nos gritan las vísceras.
a clase de paz que lleva a la paciencia es, sobre todo, una paz interior. Supone un grado de equilibrio suficiente como para refrenar los impulsos primarios y sustituirlos por un proceso de análisis pausado.
Mientras la paciencia nos lleva a ser asertivos (decir lo que queríamos decir, hacer lo queríamos hacer y pensar lo que queríamos pensar), la impulsividad nos conduce al equívoco. Terminamos agravando problemas que no eran graves, creando distancias donde debería haber cercanía y diciendo lo que nos ordena nuestro impulso de causar daño, en lugar de lo que puede hacerle bien a todos.
Por eso la paciencia está entre las grandes virtudes universales, que incluso los guerreros más osados han cultivado a lo largo de la historia.

Cultivar la paciencia

Nadie nace esgrimiendo la virtud de la paciencia. Todo lo contrario. El bebé quiere lo que necesita y lo quiere ya. No tiene sentido de la espera, ni las herramientas intelectuales o emocionales que le permitan posponer un deseo. Crecer, entonces, está íntimamente relacionado con aprender el significado de la paciencia.
Para lograrlo, en principio, se trata de renunciar a reaccionar de manera inmediata. A veces unos cuantos segundos marcan la diferencia entre actuar de manera errática o comportarnos de forma inteligente. Básicamente se trata de un entrenamiento. Entre más practiques la paciencia, más paciente serás. Entre más adoptes el hábito de tomarte un momento antes de responder o actuar, más fácilmente vas a introducir esa orden en tu cerebro, obligándolo a razonar.
La respiración ayuda a que te calmes. Respirar profundo siempre es un recurso fácil, que tenemos a mano todo el tiempo. Pero también ayuda que, al tiempo que cultivas la paciencia, siembres en tu mente y en tu corazón la idea de que eres dueño de ti mismo. Que todo lo que haces o dejas de hacer es responsabilidad exclusivamente tuya. Que todo lo que ocurra dependerá de la forma como actúes.
Con esa convicción y una pizca de esperanza, lo puedes lograr. Piensa que todo en la vida tiene un principio y un final. Así como los momentos de felicidad nacen y mueren, también las adversidades, o los momentos ingratos, no son eternos. La paciencia te ayuda a que cualquier problema sea más manejable, dure menos y tenga consecuencias más controlables.

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