LA ESPAÑA LIBRE.-
LA ESPAÑA LIBRE.-
«La nación hispana o la Hispania Universa, no supo unirse contra Roma. Defendida por los Pirineos y el mar habría sido inaccesible. Su pueblo fue siempre valioso pero mal jerarquizado», Lucio Anneo Floro, historiador latino.
Hispania, que procede probablemente de la palabra fenicia «I-span-ya» («Tierra de metales»), fue la denominación que los romanos pusieron a la región romana que ocupaba la totalidad de la Península Ibérica. Como es habitual con los nombres elegidos por los romanos, la delimitación no respondía a la realidad tribal y se trataba de una decisión meramente geográfica. Hoy en día, aquella provincia romana está ocupada por tres entidades políticas distintas, Portugal, España y el Principado de Andorra, cuyas formas actuales costaron siglos de luchas y alianzas.
El sueño de una Hispania cristiana
Si bien la Monarquía visigoda buscó la creación de un único reino en toda la Península Ibérica, los visigodos tuvieron que compartir originariamente el territorio con los suevos, instalados en el noroeste («Galliciense Regnum»), y los bizantinos, que controlaban zonas del sur. Por esta razón, tras unificar la mayor parte del territorio de la España peninsular a fines del s. VI, el rey Leovigildo solo pudo proclamarse monarca de «Gallaecia, Hispania y Narbonensis».
Pero no desistieron los visigodos en su empeño de crear conciencia de una única monarquía cristiana, como bien recogen las obras históricas del arzobispo San Isidoro de Sevilla. Este clérigo hijo de padre hispanorromano y de madre goda eleva a España a la categoría de Primera Nación de Occidente en su libro «Historia Gothorum»: «De cuantas tierras se extienden desde el Occidente hasta la India, tú eres la más hermosa, oh sagrada y feliz España, madre de príncipes y de pueblos». El texto de San Isidoro de Sevilla se convirtió en lectura obligatoria para todos los príncipes cristianos que habitaron la península durante la Edad Media. Era el viejo sueño aparcado.
Reyes Catolicos |
Unión de reinos con los Reyes Católicos
Los reinos medievales eran estructuras débiles y poco unificadas. No fue hasta el comienzo de la Edad Moderna, con la reducción del poder de la nobleza y el clero, cuando surgieron los embriones de los estados modernos por toda Europa. El intento español corrió a cargo de los Reyes Católicos, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, que unificaron las dos coronas más poderosas de la península en 1469 y cuyos descendientes heredaron una algarabía de reinos ibéricos, también Navarra y Granada, que se conocían, entre otras denominaciones, como «las Españas». El Descubrimiento de América y la Conquista de Granada, ambos hechos acontecidos en 1492, están considerados simbólicamente como el origen de la España moderna.
Sin embargo, en opinión de muchos historiadores la unión dinástica no es un hecho suficiente para hablar de una única entidad política porque ni siquiera existía una integración jurídica. Los Reyes Católicos unificaron la política exterior, la hacienda real y el ejército, pero lo hicieron respetando los fueros y privilegios de cada uno de sus reinos.
«A mediados del siglo XV, en la Península Ibérica no quedaban más que cuatro reinos cristianos: Portugal, Castilla, Aragón y Navarra. Los cuatro se consideraban originales, distintos, pero hermanos: todos eran españoles. A pesar de las diferencias políticas, existía una solidaridad indudable, compartían la idea de reconstituir la unidad política perdida. Los enlaces matrimoniales estaban destinados a recuperar la unidad peninsular y la boda de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, en 1469, puso los cimientos de ese proceso», argumenta en sus estudios el hispanista Joseph Pérez, quien no duda, sin embargo, en otorgar una configuración, identidad y conciencia de España a partir de la unión dinástica.
Fernando de Aragón |
El historiador Henry Kamen, en su libro «España y Cataluña: Historia de una pasión», recuerda que no se trata de un fenómeno aislado puesto que «en otros países de Europa los regentes políticos del centro territorial, económico o político han tendido siempre a identificarse como el verdadero estado y despreciar a las zonas periféricas».A raíz de esta unión dinástica y de estas nuevas titulaciones comenzaron a surgir voces críticas contra la preeminencia de Castilla sobre el resto de reinos que formaban España. Los historiadores catalanes han acusado tradicionalmente a Castilla de apropiarse de la identidad española. Las razones son evidentes. Los castellanos suponían el 80% de la población y ocupaba tres cuartas partes del territorio peninsular en el momento de la unión dinástica. No es de extrañar, por tanto, que el timón de esta nueva entidad tuviera protagonismo castellano, así como que los escritores castellanos de la época no hicieran distinción entre castellanos y españoles.
De monarquías-Estado a Estado-nación
Con la llegada de la dinastía de los Borbones, Felipe V se puso al frente por primera vez del «Reino de España». Hasta entonces no había existido ese término. Pero una cosa es la fundación del reino, y otra la de un estado-nación español tal y como lo entendemos hoy en día. Aquel fue un proceso mucho más lento, que exigió dos siglos de un intenso intercambio cultural y comercial entre las regiones españolas.
Este proceso fue similar en el resto de Europa, donde la caída del Antiguo Régimen sustituyó a los Estado-imperio, ciudades-Estado y monarquías-Estado por los Estado-nación. El cambio de paradigma queda retratado en cómo las sucesivas ediciones del Diccionario de la lengua española modifican modifican radicalmente el concepto de «nación». En 1780, era «la colección de habitantes de alguna provincia, país o reino»; mientras que un siglo después, en 1881, era «el estado o cuerpo político que reconoce a un centro común supremo de gobierno».La mayoría de historiadores apuntan a la Guerra de Independencia, en concreto a la Constitución de Cádiz de 1812, como el nacimiento de la idea de España como nación. En plena invasión napoleónica, la promulgación de una constitución de corte liberal dejó recogido en su artículo 1 a la «Nación española» como «la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios». El resto del convulso siglo XIX dio forma –con la pérdida de las colonias, las Guerras Carlistas y las sucesivas crisis políticas– al concepto de nación española que tenemos en la actualidad.
Este proceso de crear una identidad nacional tuvo un enorme éxito en sus orígenes en la mayoría de territorios españoles, sobre todo en los más industrializados, véase Cataluña y el País Vasco, pero sufrió varias anomalías en su fase intermedia. El enclenque desarrollo de la red ferroviaria, de la escuela (un gran factor de cohesión) y la mala salud del ejército a finales del siglo XIX terminaron manifestando el descontento de algunos sectores dirigentes frente a ese estado nación español. En Cataluña, los industriales textiles perdieron mucho volumen de negocio con la caída de las últimas colonias y decidieron hacer una apuesta hacia otros proyectos de nación. Ese es el origen delos nacionalismos excluyentes periféricos, que no del independentismo, siempre marginal acaso hasta fechas recientes.
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