Desarrollo humano.

Desarrollo humano.

Los seres humanos somos el resultado de la interacción de nuestras tendencias genéticas con el entorno en el que nos formamos desde la concepción
, y el medio familiar, medio social y cultural en el que crecemos y vivimos. A lo largo de los años, la calidad de esta interacción puede impulsar y favorecer, o detener y quebrantar, el desarrollo de nuestros potenciales innatos y, como resultado, configurar la construcción del concepto de nosotros mismos.
Nuestro bagaje genético y nuestras necesidades naturales.
El poder modelador de los genes sobre nuestra manera de ser es incuestionable.

Esta comprobado y demostrado que la inteligencia, el temperamento, el interés en actividades como cazar o pescar, el talento para la música o la danza, la aptitud para el deporte, la inclinación al optimismo o al pesimismo y la capacidad de adaptación dependen, en cierta manera, del bagaje de genes que queremos al mundo. Y la autoestima nos escapa de esta dependencia del ácido desoxirribonucleico (ADN). Los genes ejerce su influencia a través de nuestra personalidad, la cual está moldeada por los mensajes del entorno en el que nos desarrollamos y vivimos. No es lógico, pues, descartar el impacto de los factores sociales y los imponderables de la vida sobre la percepción y valoración de nosotros mismos. Todos conocemos personas que vienen al mundo con un gran potencial para  valorarse positivamente cuyas percepciones de sí mismas se desfiguran por crecer en un ambiente hostil o por los efectos de infortunios imprevisibles que socavan su autoestima. Y nos o menos las criaturas que nacen con una nefasta carga genética, pero que al desarrollarse en un medio favorable gozan de una vida gratificante y plena. Los recién nacidos están programados genéticamente para reclamar, a voz en grito, que se les de alimento, se les proteja y se les mantenga cómodos. A los pocos días de venir a mundo ya comienzan a captar una amplia gama de sonidos e imágenes, a sentir olores y caricias, y ya distinguen entre su  cuerpo y el de sus cuidadores. En pocas semanas los bebés adquieren la perspectiva para observarse, y esa examinan intrigados sus manitas mientras las mueven. Para los niños pequeños  el “ yo” y el “ mi” es simple y llanamente su cuerpo. A los dos años ya responden a su imagen en Espejo con declaraciones como, ese suyo O mírame, y presuman de lo que pueden hacer con sus manos o sus piernas. La sensación gratificante de controlar las cosas del entorno es muy temprana. No hay más que ver la alegría que expresan los bebés cuando notan que sus acciones tienen efecto, como cuando mueven con sus manos los muñequitos o haciendo sonar las campanillas que cuelgan delante de ellos en la cuna. Poco a poco el “yo” y el “mi” adquieren un significado más amplio y representan no sólo el conjunto de rasgos físicos que forman su cuerpo, sino también sus pensamientos, su ánimo y sus acciones. Además, las criaturas no tardan mucho en imitar e incorporar a su repertorio las cualidades que observan en los adultos importantes de su entorno. 

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