Michael Jackson y Neverland.
Michael Jackson y Neverland.
Michael Jackson, rey del rock y del pop, es el objetivo de los millones de interesados que cada año intentan conocer algo más de cerca al artista (desde su fallecimiento el 25 de junio de 2009, su patrimonio ha crecido en unos 225 millones de euros). Y son muchos los lugares que visitará: su modesta casa natal en Gary, en el estado de indiana, el rancho de Neverland, en la ciudad de Santa Ynez, en el condado de Santa Bárbara (California), y la finca que el artista poseía en Las Vegas, en la que vivió ocasionalmente y que alberga la mayor colección de coches propiedad del artista. Cuatro limusinas abren la lista de sus posesiones a motor; un Rolls-Royce Silver Seraph, diseñada por el propio Jacko, con un interior decorado con oro de 24 kilates; otra limusina Rolls-Royce Spur II de 1990, con un servicio de bar completo; una tercera algo más modesta, la Lincoln Town Car de 1980, blanca y, por último, una limusina Cadillac Fleetwood de 1954, que se puede ver sin necesidad de desplazarse hasta la ciudad del juego, ya que su uso para rodajes de paseando a miss Daisy(dirigida por bruce beresford en 1989). La excentricidad que caracterizó a Jackson llegó también hasta su garaje, ya que el muestrario se completa con una furgoneta Ford Econoline de 1993 con asientos de piel, pantallas de televisión individuales y una consola de videojuegos antiguos, un camión de bomberos, un todoterreno GMC Jimmy de 1988, una réplica de un detamble modelo roadster de 1909, un autobús neoplan de 1997 con cabinas individuales, una corona de rey bordada en alfombra y un aseo terminado en porcelana, oro y granito.
Pensamiento:
El acoso de alumnos por sus compañeros es una triste realidad oculta por un muro de silencio.
hay acoso en sus clases. Unos no quieren reconocer y que ciertos niños pueden ser asombrosamente crueles. Otros temen ser tachados de inexpertos. El acoso socava profundamente el equilibrio emocional de quienes lo padecen. Sus efectos incluyen ansiedad, fobia al colegio, aislamiento social, baja autoestima y depresión. El estigma de inferioridad, de vergüenza y de impotencia que marca las víctimas les impide revelar su sufrimiento a familiares, y mucho menos denunciar a sus torturadores.
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